lunes, 8 de febrero de 2010

Anairiana


La leyenda no termina por convencer a nadie. No hay remedio, se trata de la única respuesta a un loco comportamiento.
Sí, el ojo de agua que marca la entrada al pueblo de Acuarena tiene una anómala conducta. Sus aguas son de un azul intenso, a momentos, magenta. En su centro se dibuja un círculo castaño que parece una pupila. Dicen que la ecuanimidad de sus aguas invita a sentarse en su remanso, por un largo periodo los habitantes celebraron los ritos familiares con ella como testigo. Ella, la pequeña laguna que lleva nombre de mujer y todos la aluden como si de una persona se tratara: Anairiana.
Anairiana parece un espejo de agua inquebrantable pero su mancha parda es una niña juguetona que escupe a mares ahuyentando a sus visitantes en el momento menos adecuado. En una ocasión arruinó el vestido de la novia que celebraba sus nupcias en su orilla. Cuentan que la chica miró las aguas con desdén y fue castigada, Anairiana la salpicó completa de chorritos azul y magenta. En otra ocasión un sacerdote bautizaba al hijo del gobernador, mientras ungía el pecho del bebé hablo del temor a Dios y del peso de Satanás. Anairiana escupió a todos los presentes con una risa húmeda que dibujó un arcoíris. Interpretan los expertos que se trató de una burla a creencias inútiles y un homenaje a un Dios poderoso que no infunde temor y que es capaz de plasmar un espectro que dura ocho días con sus noches. Afirman que la Nasa mandó expertos para constatar el prodigio de un arcoíris nocturno alimentado por la Luna. Pero en cuanto los extranjeros pusieron un pié en Anairiana los colores se esfumaron con una leve explosión a modo de reverencia.
El origen de Anairiana está contenido en un mito grabado en la corteza de un árbol que se sumerge entre sus aguas. Se trata de un complicado código que empata notas musicales con las letras del abecedario y qué para entenderlo a cabalidad precisa de ser acompañado con música.
El mito es éste:
Ana fue una mujer que vivió entre la frontera de Acuarena y Lairosa, se dice que quedó embarazada como a los 14 años. Sus padres avergonzados querían que diera al niño en adopción. Ella confundida huyó. Luego decidió que la niña se quedaría por siempre en su regazo.
Afirman quienes la conocieron que jamás dio a luz y nunca mostró síntomas de embarazo.
Ana era una mujer habitada por dos. Una tranquila y ecuánime, otra irreverente y traviesa.
Hablar de los pormenores de su vida sería vulgar, es importante mencionar tan solo que existió y que muchos no la olvidan, dicen que lo sorpresivo de su comportamiento la hacía una compañera singular.
La leyenda recupera, hasta hoy, el día en que Anairiana, es decir la madre e Iriana, la hija, se hicieron agua. Tal parece que Ana venía gestando la historia de su propia muerte.
No quiero acabar como todos, dijo una mañana en que se sentó definitiva en el centro del bosque y comenzó a cantarse mitos. Le gustaban tanto estas historias primitivas que con ellas distrajo al hambre y al frío. El sueño, por otro lado, no cedió a sus artilugios pero dicen que soñaba con dioses y héroes mientras las ninfas la arrullaban. Cuentan que cantaba en gerundios pues para ella esta modalidad es como una hamaca que se clava en la orilla del pasado y se proyecta hasta el futuro en un tiempo que se mece perpetuo.
Cantó sobre Narciso que contempló su imagen hasta expirar. Se ahogó a sí misma entre palabras, entre falsas explicaciones de mundo. Falaces, quizás, pero más entrañables que las fórmulas científicas que han reducido al Padre Cronos que se tragó a sus hijos, en una vil fórmula.
En el fondo de una laguna viven dos sirenas: Ana e Iriana, una dentro de la otra. Si te acercas lo suficiente oyes los mitos sagrados que explican el porqué de la marea, la eterna batalla entre el Sol y la Luna o la misteriosa historia de los desaparecidos que por escuchar los cuentos de Anairiana son tragados por ésta y viven una muerte irreal y permanente, llena de rumores y fantasías.

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