sábado, 19 de junio de 2010

Carlos Monsiváis: entre Hipnos y Tánatos





Antes le temía al ridículo, ya no. Ahora le temo a la idea de escribir un texto y al releerlo decir: esto ya lo escribí, y entonces darme cuenta no de que me estoy plagiando a mí mismo, sino que ya me cloné. A eso le tengo mucho miedo.
Carlos Monsiváis

Todas las noches, sin advertirlo, una guerra se debate sobre nuestro lecho. Hipnos y Tánatos, como dos luchadores enmascarados se disputan el alma. Los que seguimos aquí podemos decir con esperanza que Hipnos está de nuestro lado lo mismo que nuestros sueños y proyectos. Quiero pensar que Carlos Monsiváis amante de la lucha libre, finalmente, falló a favor de Tánatos, su hora había llegado. Un ensayista sin par habrá encontrado todos los motivos, habrá sido, de seguro, una decisión técnica, sopesada con sufrimiento pero con elocuencia.
¿Quién debe hablar de uno cuando se muere? Yo creo que los amigos. He sido amiga de sus letras más no del hombre , lo vi una vez cuando presentó un libro de Adolfo Castañón, entonces mi jefe. Lo odié porque como súbdito leal de quien paga la nómina no entendí porque presentaba un libro de su amigo Adolfo y lo juzgaba con severidad. Advertí con el tiempo que el buen crítico sólo es fiel a la verdad, con su óptica de la realidad. Comprendí que, al ser sincero, era buen amigo y buen crítico. Validaba a la obra y al amigo con el buen gusto de la mesura y de la razón.
Adolfo Castañón le escribe un ensayo y lo recubre con el título "Un hombre llamado ciudad", para los que amamos a la ciudad de México más allá de sus excesos, o incluso por ellos, sabemos que Carlos es el hombre ciudad porque con su mirada ayudó a conformar la urbe que no duerme. Me parece verlo perdido entre la multitud en el Ángel de la Independencia, sopesando la actitud de los fanáticos que celebran al fútbol; escondido tras sus gruesos escudos ópticos, seguir con sigilo a políticos despistados o cantantes de rock. Será que más que un escritor fue testigo, confesor y partero del México de hoy.
En otro momento Castañón ubica la inteligencia de Monsiváis junto a la de Erasmo, Russel, Ortega, Paz, Fuentes, Vargas Llosa, Zaid y Savater, hombres que recorrieron “De la cátedra al periódico, del archivo a la televisión, sacando a la literatura o a la filosofía de sus casillas. Dignificando con humor...y polémica…esquivando las ortodoxias, la historia de bronce. El libro de texto mercenario, la popularidad fácil”.
Su editor, Jorge Herralde, lo llamaba la pluma más rápida del Oeste y Juan Villoro pensaba en Monsiváis "como un turista japonés que llega antes que tú a todas partes". Sergio Pitol lo consagró como el cronista de nuestras desventuras y prodigios, el "documentador de la fecundísima fauna de nuestra imbecilidad nacional". Me rehuso a hacer una reseña de sus premios que son muchos, de sus textos que son más, me quedo con la mirada insustituible de un mexicano que nos invita a reconsiderar, a reflexionar y hasta a reír de nuestra humilde condición.
En una de sus últimas entrevistas admite que el mundo ha cambiado tanto y que ya no se parece en nada a lo que él conoció, por ello quizás, y por esta escritura apresurada que se niega a la perfección Carlos decidió fallar a favor de Tánatos. “Horrenda cosa es ser un analfabeto tecnológico” advirtió, y yo aterrada, temo su mirada omnipresente que de seguro juzgará severa el adiós que con nostalgia le proyecto desde un blog.

Referencias:
Castañón, Adolfo. América Sintaxis. México: Aldus. 2000.
----- "Carlos Monsiváis: un hombre llamado ciudad", en Arbitrario de literatura mexicana. Paseos I. México, Vuelta, 1993.
Doria, Sergio. “Entrevista con Carlos Monsiváis” http://www.barcelonametropolis.cat/es/page.asp?id=22&ui=89

Adiós Saramago


"Es conveniente que las despedidas siempre sean breves. No es esto un aria de ópera para poner ahora un interminable adio, adio. Adiós”. José Saramago

Los dos puntos de la línea dialogan sin censura:

“Todos los días tienen su historia, un solo minuto daría para contar durante años, el mínimo gesto, el desbroce minucioso de una palabra, de una sílaba, de un sonido…”

La conversación termina

Asciende y converge en un solo punto:

“Cerremos esta puerta.
Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan
Como de sí mismos se desnudarían dioses…
No hablemos pues, sólo suspiremos
Porque el tiempo nos mira.
Alguien habrá creado antes de ti el sol,
Y la luna, y el cometa, el espacio negro,
Las estrellas infinitas”

El silencio, creador que ciñe para ordenar la historia:

“El viajero es feliz. Nunca en la vida ha tenido tan poca prisa. Se sienta al borde de uno de estos sepulcros, acaricia con las puntas de los dedos la superficie del agua, tan fría y tan viva, y, por un momento, cree que va a descifrar todos los secretos del mundo. Es una ilusión que lo asalta de muy de tiempo en tiempo, no se lo tomen a mal”

Un viajero se va y otro llega sin dejar murmullo,

Una voz sin notas fluye interna y no pacta:

“Asistimos a lo que llamaría la muerte del ciudadano y, en su lugar, lo que tenemos y, cada vez más, es el cliente. Ahora ya nadie te pregunta qué es lo que piensas, ahora te preguntan qué marca de coche, de traje, de corbata tienes, cuánto ganas… “

Es la glosa discreta de una música personal y tolerante

Acordes que permiten que al otro lado de la playa alguien más

En el silencio

Edifique su propia peripecia:

"He aprendido a no intentar convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro".

Bajo el cielo de estrellas palpitantes se esconden las palabras:

“Sobre la página de un libro se puede llorar, pero no sobre una computadora”

Y qué hacemos entonces con nuestros ojos ciegos que extrañan tu palabra

Los rumores de luz multiplican las visiones

El silencio es prodigio

El silencio es creador

El silencio es remanso

Saramago no dirá más.