jueves, 8 de julio de 2010

Lección literaria


«De todas las palabras que la pluma o la lengua pueden decir, las más tristes son: habría podido ser...»
John Greenleaf Whittier


¡Es un cuento, no llores! Me dijo mi madre mientras nos leía a mi hermana y a mí. El cuento era el de la chica que vive bajo el mar, la sirena que quiso cambiar su mundo submarino por vivir en la superficie. Se enamoró de un hombre de tierra. Pensar en ese mundo bajo el agua, a mi hermana y a mí, nos resultaba fascinante, ambas gustábamos de cubrir con un gran tul azul nuestra cama para simular el mar. Éramos sirenas que no sabían cantar, bueno sí sabíamos, pero no nos gustaba ser aquellas arpías que embaucaban marineros. Era más lindo ser sirenas de buen corazón.
A mi madre siempre le gustaron los libros, nos leía con regocijo, nos contaba cuentos sentadas ante la chimenea. Lo mismo era Ulises que Blanca Nieves, el noviazgo de la tía Martha o sus propias travesuras de infancia.
Hija ¿Por qué me pides que te cuente el mismo cuento tantas veces si siempre te hace llorar?
Hasta la fecha desconozco la respuesta, quizás sea porque pienso que el triste final un día será compasivo, las palabras se desgastarán conmovidas por la tristeza de la sirena convertida en espuma de mar. O tal vez los dioses se apiaden y entre las olas aparezca Ariel transmutada en Afrodita. Esta diosa del amor fuerte y vigorosa dispuesta a dar un final feliz. Nunca pierdo la fe.
Ya mayor, he trastocado el final yo misma y de mil formas. Tal vez, castigada por eso, estoy presa de una novela que en un principio fue mi aliada. La trama habla, también, de una historia de amor, los protagonistas se buscan, se encuentran y se revisten de máscara para no ser humanos, para ser arquetipos idílicos e inmutables.
“Action is Character” dijo alguna vez Scott Fitzgerald. Obedeciendo a dicha sentencia, me molesta que los personajes, en el clímax de su historia, eludan la decisión que los condene o los redima; es el caso de la Sirena que cumple una maldición tan sólo por salirse de los márgenes de la playa. La novela que me atrapa es diferente, los personajes eligieron, ella la venganza, él, el sacrificio. Comprendo al autor, ha dado el final perfecto, pero yo no he cometido delito alguno para ser rehén de esta trama que busca condenarme a un desenlace que no obedece a los indicios de la historia que yo protagonizo.
Me explico, todo comenzó de este modo: el hombre al que amo y yo, contuvimos un afecto que ahora señalo sin tapujos, lo hicimos por una y mil razones que no explicaré porque me rehúso a convertir en historia de amor el argumento que me condena sin merecerlo.
Los roles estaban dados, ambos éramos los personajes principales a nuestro modo, unas veces fungiendo de actantes y otras de adyuvantes, otras de objeto y otras de sujeto. Todo marchaba en orden más tuvimos que alejarnos del escenario habitual, cada uno a un escenario distinto.
Supongo que la ansiedad de estar separados orilló a mi compañero a lanzarme como anzuelo citas textuales de forma irresponsable y lo digo así porque él conocía mi naturaleza que tiende a detonar la acción, lo tengo en el código genético. Las citas de la novela y los personajes originales comenzaron a quedarnos como traje a la medida y ahh, se volvió un juego encantador que sacó la pasión contenida a la superficie. Fascinados, portamos máscaras venecianas, disfraces y hasta nos dimos el lujo de cambiar de género, él se vistió de mujer y yo de hombre. Nos atrevimos a cambiar incluso el género literario. Con destreza pasamos del teatro a la lírica, seguimos el sendero del cuento, el retrato de costumbres y la alabanza pastoril. Fuimos todo un carnaval. Le confesé mi amor y lo invite a construír, sino un final feliz, al menos un presente esperanzado.
Mi amado antagonista arrebató de súbito la pluma al novelista y, como puñal, extirpó la piel a esa novela y quiso que fuera nuestra capa, intentó condenarnos a repetir el mismo desenlace.
Rebelde como soy me niego, trato de encontrar ante este caos una alternativa y no el destino que me supone una tal Francesca que, a su vez, es giño de otra que gravita en el Infierno. Intenté responder con un florete veneciano que evoca frases populares, estrofas de canción felices pero él no lo permite, su pasión por el hilo narrativo que lo ha cautivado es más grande que lo que siente por mí y su puñal cala más hondo que mi florete.
¿Sirena o Afrodita? Me diluyo en espuma de mar, pero antes de hacerlo decidí escribir esta historia en la arena para convocarlo a escribir conmigo un final incierto pero inédito y nuestro. Riesgoso pero libre de diálogos ajenos, notas a pie de página o acotaciones forzadas.

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