martes, 27 de julio de 2010

Lección de horror:Nevermore


Lo malo de las pesadillas es que parecen reales. Un sueño que te atrapa y del cual pareces no poder despertar. Mucho peor es el insomnio, es una congoja interminable en la que cada minuto de consciencia te asfixia y te remueve en un silencio sepulcral, pero sin muerte ¡Me desperté del sueño! me dijiste en tu última carta de amor ¿Amor? Nevermore fue la palabra que usaste como candado para cerrar nuestra relación. Nevermore es una lápida, el cuervo negro del desvelo que me pica las costillas cada que mis ojos pugnan por dormir.
Cuando niña, pasaba largas tardes de sábado con mi abuelo el gordo. Mis papás se casaron jóvenes y una chiquilla no era comparsa de fiesta, así que me dejaban con mis abuelos a dormir hasta el día siguiente. La casa de mis abuelos me gustaba de día, de noche, de noche me daba miedo.
A mi abuela le gustaba jugar al póker y no era una abuela tradicional, eso de los cuentos y los arrumacos con los nietos nada más no. Lo suyo era juguetear con nosotros como el gato con el ratón: ¡pedorrritas! nos gritaba, y mi hermana y yo llorábamos desconsoladas ya abue ya... Se moría de risa y nos daba una tortilla con sal.
La hermana de mi abuela era una solterona encantadora que se hacía cargo de nosotros, nos contaba los cuentos de Wilde; su triste historia con el cubano que la plantó en el altar, le robó su herencia y su virginidad. Nos contaba también la forma en que ella y sus hermanos sobrevivieron la locura de su padre y por último la orfandad. Nos llevaba al panteón a ver las tumbas de hombres y mujeres célebres mientras nos contaba relatos de ahogados, lloronas o fantasmas. Era nuestro paseo favorito.
Pero la tía pedía paz como a las siete y se encerraba a ver su telenovela mientras mi abuelo se hacía cargo. Bueno, mientras deambulábamos en torno a este gran Buda sentado al centro de la sala con un güisqui en la mano. Su quietud era la de la esfinge, a penas parpadeaba. Cuentan que más de alguno vio que un ratón se subía por su regazo como si fuera un mueble ¡Qué suerte que no fui yo! Encerrado en su mutismo el abuelo insinuaba una sonrisa mientras destrozábamos la casa. Cuando el nivel etílico subía, de la profundidad de su abdomen salía el poema de “El cuervo” de Poe. Lo recitaba en inglés y con una melancolía absoluta y grave que lograba detener cualquiera de nuestros juegos. Su voz cavernosa salía grave como el hechizo de las hadas de La bella durmiente; ese que congeló el tiempo por cien años. Así, nos quedábamos petrificadas sin entender el significado de ese funesto poema pero la voz y tonos de mi abuelo nos instaban a subir corriendo a dormir.
A esas horas la casa de los abuelos era un casco negro con grandes ventanales que agrandaban las sombras. Venían a nuestra mente los imaginarios huesos de los habitantes del panteón. Al subir por la escalera de caracol cercada entre muros que nos ahogaban, el latir de mi corazón me daba miedo y sentía que miles de ratones subían por mi pijama. NEVERMORE gritaba mi abuelo con el timbre de quien teme y añora. Temblando bajo las cobijas mi hermana y yo trenzábamos las piernas con fuerza para ser una sola y ahuyentar al miedo.
Pensaba entonces, que esa maldita palabra que remataba el silencio de mi abuelo era como bocaza de lobo que se lo tragaría todo. No lloraba, no. Eso asustaría a mi hermana, además yo era y soy la hermana fuerte, la que no se permite llorar espantada, conmovida sí, pero ¿por miedo?
La casa de mis abuelos se volvía fría y merodeaba el eco. A esas horas odiaba más a mis papás por dejarnos, porque las sábanas olían raro y eran como cartón; no tenía mis juguetes, ni mis cuentos; en cambio estaban todas esas sombras que querían borrarnos y los miles de ratones que creía acechando, esperando la oportunidad de que fuera al baño. Y no iba. Me hacía en la cama y las sábanas olían peor y el frío era insoportable, mi hermana lloraba y yo quería entonces que esa maldita palabra nos tragara de una vez. Era una invocación patética que suscitaba sombras, ratones y al cuervo del insomnio que cantaba cada segundo su tic tac. La muerte cobraba vida entre las cortinas, en el cosquilleo de mis pies o en la humedad acida de mis piernas. No podía llorar, ni gritar, Sólo tiritaba. Mi hermana sollozaba un poco, fingía dormir o dormía de veras.
Al día siguiente la casa se llenaba de sol, mi abuelo volvía a ser un gordito encantador parecido a Santa Claus, mi abuela con sus tubos en el pelo guisaba la comida de domingo y la tía con las perras esperaba en la puerta para correr todas juntas por el panteón.
El tiempo ha pasado y todo aquello se volvió idílico, incluso los terrores nocturnos que me conciliaron con Poe. Leí muchos de sus cuentos o casi todos y le di el rostro inexacto de Vincent Price por culpa del cine. Nunca memoricé el poema aunque siempre tuve ganas, más por el sabor de las palabras en mi boca que por su significado, más por saber que era yo la que tenía ese Nevermore entre los labios y no él a mí.
Logré dominar muchos miedos, el último, a las ratas y ratones. Antes no podía ni ver un conejo sin sentirme desolada. Siempre me gustaron los cuentos de horror, pero de ese miedo acechante y sin forma, no el monstruo grotesco ni la sangre a borbotones, no. El miedo latente de lo desconocido, una fuerza negra que lo anula todo y que parece esconderse bajo la cama o tras la puerta. Esa que parece seguirnos de cerquita con la destreza de no mostrar el rostro pero dejarse sentir pesada y silente, omnipotente.
Quiero pensar que hoy que te he confesado que te quiero, que por un instante tú correspondiste y con ello todas las sombras se pusieron a bailar, no fue un espejismo. Que la frase aquella “Desperté del sueño” no fue un preludio de adiós, sólo la frase que hizo que mi corazón subiera a mil por hora la escalera de la casa oscura que ya me sé; que el desafortunado NEVERMORE que acompaña la negativa a hacerme tu amante no me devorará, porque hoy se que no jugamos el póker de la abuela y un “TE AMO” no se mata con un “Nevermore” . Que el güisqui que me bebo mientras leo a Poe busca reordenar palabras para invocar de nuevo, porque ya no temo a las sombras y si algo siento son mariposas por todos lados y no murciélagos o ratones, porque te extraño y no hay nada que haga que las sombras paren de bailar.

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